jueves, 7 de mayo de 2009

VIAJE A DINAMARCA




Cuando uno se siente un tanto agobiado por la rutina y necesita romper la monotonía de sus días, uno empieza a mirar con otros ojos las invitaciones que recibe y hasta puede llegar a embarcarse en una aventura de consecuencias insospechables sin saberlo. Eso fue precisamente lo que me sucedió hace pocos días. Me invitaron a un paseo de tres días por el Mar Báltico en una „embarcación“ (vaya uno a saber de qué tipo...), sin darme más explicaciones y yo acepté encantado. Aparentemente recorreríamos unas islas alemanas en condiciones climáticas favorables. Por lo tanto, y dado que en mi jardín había podido disfrutar de días casi de verano, aproveché a sacar mis bermudas, remeras y sombreros que todavía estaban en el rincón menos accesible del ropero. No olvidé llevar protector solar ni traje de baño....

Fue un viaje agradable en coche hasta Stralsund (una ciudad que me encantó) ,y desde allí en ferry hasta el pequeño poblado de Kloster, en la isla Hiddensee (una versión alemana de Barra de Valizas). En el puerto de Kloster descubrí que la mencionada „embarcación“ era un velero bastante pequeño, con capacidad para 6 personas. Ya conocía a cuatro de mis compañeros de travesía. La quinta integrante de una tripulación bastante heterogénea, Birgit, me cayó muy bien y resultó ser una gran persona. Sin tener la más mínima experiencia descubrí a los cinco minutos que se esperaba mi colaboración para zarpar y durante el viaje. Esto no es tan sencillo cuando las órdenes (jamás antes escuchadas) son emitidas en alemán, pero yo puse lo mejor de mí y resultó ser hasta divertido...A las pocas horas ya estaba tras el timón intentando mantener el curso correcto.

La mar estaba serena...
serena estaba la mar...

No es tan difícil como suponía, pero tampoco es fácil y la primera vez uno debe concentrarse bastante ...Por fortuna hoy día contamos con una excelente tecnología de navegación digital que ayuda muchísimo a encontrar el rumbo...Mi mente, liberada un 100% de sus ocupaciones de rutina, se encontró pronto inmersa en pensamientos insólitos , como en lo difícil que resultaría todo aquello en tiempos de los vikingos. Cómo se podía navegar sin satélites, computadoras, cámaras digitales, refrigeradores repletos de cerveza, microondas y teléfonos móviles? Y hablando de vikingos, en alta mar me enteré que íbamos a Dinamarca, allí nomás, cruzando el charco, pero con un clima, paisaje y cultura algo diferentes. El destino era la isla de Mon, con sus acantilados de piedras de tiza, su campiña tan nórdica , su idioma y sus „Koronas“. Para mí fue una nueva experiencia cultural, algo que me gusta mucho. Pasamos dos noches en el puerto de Klintholm, confraternizando con la gente de las embarcaciones vecinas (todos alemanes), y dos días recorriendo los pueblos de la zona y las maravillosas costas. Allí se puede hablar alemán que todos te entienden , y también inglés (cosa que no es tan sencilla en la parte de Alemania donde vivo). Mi sorpresa fue grande cuando en un restaurante italiano (uno de los únicos tres que hay en Klintholm), el camarero me habló en perfecto español (eso no se da muy a menudo en estas latitudes y merece una mención).

El regreso debía ser el martes por la mañana, lo más temprano posible ya que el trayecto marítimo tomaría no menos de ocho horas. El lunes la puesta de sol fue magnífica en el puerto de Klintholm así como las posteriores horas en cubierta, tomando cuba libre bajo la luz de la luna, escuchando un Cd de Falco y „camaraderenado“ sin parar en un alemán que me salía mejor con cada cuba libre.

La mar estaba serena...
Serena estaba la mar...

Sin embargo, grande fue mi sorpresa al despertar el martes en medio de una tormenta singular.

La mar ya no estaba serena...el viento norte soplaba con fuerza inusitada levantando grandes olas que chocaban espectacularmente contra el resguardo del puerto. Recuerdo haber pensado: no podemos salir a alta mar en esta cascarita de nuez con semejante oleaje, cosa que confirmó Norman, nuestro capitán, minutos más tarde. Todos teníamos el resto del día disponible, pero era necesario estar en tierra alemana a la mañana siguiente. La tormenta pasaría en unas horas...o no? Pues no, en la administración del puerto nos dijeron que de hecho se esperaba que empeorase y siguieran esas condiciones por muchos días más. Habría un pequeño receso al mediodía, y el capitán decidió que debíamos partir entonces sin demora. Yo me preocupé algo, pero sin tener una idea cabal de lo que estaba sucediendo...Al rato recibía la orden de vestirme con mis ropas más abrigadas y ajustarme unos arneses reglamentarios para sujetarme del punto firme más cercano mientras permaneciera en cubierta...pues íbamos a partir. Cuando tuvimos todo pronto, un aguacero nos obligó a aguardar unos minutos más, hasta que finalmente zarpamos ante la mirada incrédula de nuestros vecinos. Apenas salir del puerto el velero comenzó a sacudirse violentamente y debo confesar que sentí miedo. Si bien confiaba en la habilidad y experiencia del capitán y su ayudante principal, hay que reconocer que las fuerzas de la naturaleza pueden ser imponentes y exceder la capacidad de reacción de cualquier hombre,. Y para ser mi primera vez , una tormenta de esas características era bastante....El movimiento de „todo“ en la parte interior hace que el lugar más seguro en esas circunstancias sea en cubierta. Aun así, las grandes olas hacen que el velero se mueva mucho, y peligrosamente hacia los lados y no es una gran tranquilidad permanecer en cubierta. Ni hablar del frio reinante en aquellos momentos en que el viento provenía del norte y mis jeans estaban mojados.
Bastante ron y cerveza la noche anterior, papas chips, mucho pan y fiambre en el desayuno, más tazas de café que lo acostumbrado y enormes olas provocando sacudidas fenomenales fueron más de lo que mi estómago pudo resistir. A nadie le sorprendió que vomitara, y tampoco fui el único. Por suerte o gracias a Dios , a medida que el viento nos desplazaba rápidamente hacia el sur, la intensidad del oleaje fue disminuyendo y en un par de horas todo volvió a la normalidad. Pudimos disfrutar de otra puesta de sol memorable mientras nuestro velero „Nephi“ se aproximaba al puerto de Stralsund.