
Este año se me ha planteado de una manera muy particular con respecto a mi situación geográfica y a eso de "aclimatarme" a una sucesión de cambios muy bruscos de hemisferio, estación, cultura, idioma, alimentación, y un montón de cosas más que en la vida de la mayoría de las personas no cambian tanto...
Lo empecé en Aguas Dulces, en verano, hablando español, comiendo cordero y tomando whisky.
A mediados de febrero, justo cuando el tiempo se ponía más veraniego que nunca, me cambié al hemisferio norte-oriental, donde hacía mucho frio ,como suele hacer en esa época, empecé a hablar en inglés y alemán, a comer cerdo, pollo, pescado y mucha papa y cosas dulces y tomar cerveza y café.
A fines de mayo ya estaba totalmente adaptado a mi nueva situación y ritmo de vida, la primavera era una fiesta y todo en la naturaleza prometía un verano perfecto. Sin embargo,un par de semanas después y por motivos de fuerza mayor, me trasladé otra vez al hemisferio sur-occidental donde el invierno comenzaba con mucha lluvia y bastante frío. Fue un viaje que me marcó profundamente en muchos aspectos, pero fundamentalmente por la perdida de un ser muy querido.
A comienzos de setiembre, en Uruguay ya se hablaba de primavera y yo volví al norte, para ser testigo de los últimos días de un verano que nunca fue.
Hoy, Un mes más tarde y tras los consabidos cambios de idioma , clima y alimentación, además de lo que implica un duelo-aun en proceso, los colores del mundo que me rodean dicen que es pleno otoño. Y afortunadamente tengo la capacidad de regocijarme al tomar conciencia de lo que significa estar en un lugar donde el otoño es tan bello, donde su presencia se impone no sólo en la increíble gama de los colores de los árboles, ni en la abundancia de manzanas, membrillos , calabazas ,nueces y muchos frutos más que hay hasta para tirar, sino en un estado de ánimo muy positivo generalizado en la gente que ama esta estación y espera con ganas un invierno lleno de nieve y hielo que ya no siempre se da.
Pero yo espero todo lo contrario, quisiera romper una vez más con el orden natural de las cosas, y volar al sur como una golondrina a reivindicar ese verano que me perdí. Quisiera llenar una maleta con mis remeras y bermudas y terminar este año tan atípico donde han terminado y comenzado la mayoría de los años que componen mis décadas. Quiero volver a estar en ese lugar donde la casualidad o causalidad cósmica quiso que mi vida empezara, gozar del primitivo placer de hundir mis dientes en la carne de un cordero asado a las brasas y dejar que mis oídos sientan el arrullo del sonido de voces humanas articulados de la misma forma que lo hicieron aquellas primeras voces que oí, con la tranquilidad que me da la confianza en que voy a entender todo lo que se me diga y sabiendo que todo lo que diga será compr,endido instantáneamente por mis interlocutores. Contando con el beneficio extra de que esas voces lleguen acompañadas de un arrullo todavía mucho más elemental y majestuoso como lo es el del romper de las olas atlánticas.
Sí, así quiero terminar este año y como no hay nada que se le oponga más que consideraciones de carácter meramente "económico", una palabra que pongo entre comillas porque considero una de las peores invenciones de la humanidad (creo que el concepto que esa palabra refleja no existe en la naturaleza, un concepto que pone "límites" - otra palabra con la que tengo problemas), lo más lógico, lo más probable, y lo más sano sería que así lo termine.
Aunque deba gastarme todo lo que con no poco sacrificio hasta el momento haya conseguido, este hermoso otoño será sustituído en mi mundo particular por un verano que no sé cómo será, pero sí sé dónde será.
Si Dios quiere y la Vírgen, toco madera sin patas (por las dudas).
Amén.











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